Friday, 20 April 2012

Diálogos sobre una gota de rocío: Ryokan y Sanriki


¿Quién dirá que mis poemas son poemas?
No, no lo son.
Si ya entiendes que no son poemas,
¡podemos comenzar a conversar de poesía!
Ryokan

Tampoco dirá nadie que mis poemas son poemas.
No, no lo son sin duda.
Este mundo tenue es como una gota de rocío.
La voz de Ryokan y la de Sanriki
entonan los mismos cantos que ranas y grillos.
Sanriki
1.
Ryokan:
¿Qué quedará como mi legado?
Flores en la primavera,
el hototogisu en verano
y las hojas secas del otoño.


Sanriki:
¿Qué dejaré cuando me muera?
Ciudades agitadas y sucias,
las flores de los guayacanes
y las risas interminables de los niños.


2.
Ryokan:
La vida es como una gota de rocío,
vacía y fugaz;
mis años han pasado
y ahora, tembloroso y frágil,
me extingo lentamente.


Sanriki:
La vida es como una gota de rocío,
mudable y sutil.
Cada día más cerca
de la vejez y la muerte.
Aunque me extinga lentamente
no me canso de bendecir
cada día y cada noche
que llegan y se van.


3.
Ryokan:
Sin propósito, los capullos invitan a la mariposa;
sin propósito, la mariposa visita los capullos.
La flor retoña, la mariposa viene.
Viene la mariposa, la flor retoña.,
sin conocer a otros,
sin conocernos, sencillamente seguimos la vía.


Sanriki:
Pocos me conocen,
muchos no saben siquiera que existo.
Por más que de gritos o haga guiños
aunque vivamos en el mismo mundo,
en la misma ciudad,
en la misma calle,
nunca sabré sus nombres,
nunca sabrán el mío.
Como la mariposa
que un día dejó de ser oruga
y sin propósito pisó algunas flores
magnífico gesto de amor
miro esos rostros que no me miran
y veo el mismo brillo
que resplandece en mis ojos.



4.
Ryokan:
Hace tiempo bebía sake,
con frecuencia, en esta casa.
Ahora sólo queda la tierra
cubierta de retoños de ciruelo.


Sanriki:
Hace tiempo, cuando recorría estos viejos senderos,
la esperanza de un encuentro,
la ansiedad de un suceso
siempre estaba presente.
Ahora, las mismas montañas,
el mismo color del cielo
y las grandes ceibas cubiertas de retoños.


5.
Ryokan:
Un bosque denso rodea el camino estrecho;
por todos lados las montañas reposan en la oscuridad.
Las hojas del otoño ya cayeron.
No llueve, pero todavía un musgo oscuro cubre las piedras.
Regreso a mi ermita por un camino que pocos conocen.
Llevo un cesto de champiñones frescos
y una jarra de agua pura del aljibe del templo.


Sanriki:
Denso y oscuro el bosque de pinos.
Bajo su húmeda sombra
reposa la montaña
y crecen mechones de musgo verde.
De regreso a la ciudad
por un camino que muchos recorren
cargo mi morral y mi paraguas
y una botella de plástico casi vacía
de jugo de maracuyá.


6.
Ryokan:
Cesó la lluvia, las nubes se han ido.
El tiempo volvió a aclarar.
Si tu corazón es puro, todo en tu mundo es puro.
Abandona el mundo fugaz, abandónate tú.
La luna y las flores te guiarán por la vía.


Sanriki:
Ha parado de llover.
Aún gotean las ramas de los pinos.
El cielo otra vez azul y limpio.
Incluso el corazón oscuro,
es puro en su esencia.
Incluso este mundo de manchas,
nunca pierde su pureza.
En este mundo fugaz
no te aferres a nada.
Recibe, celebra y despide
todo lo que pasa.
La luna y las flores
iluminan tus huellas.



7.
Ryokan:
Sentado en silencio, oigo caer las hojas.
La choza solitaria, una vida de renunciación.
El pasado ha desparecido, no tengo recuerdo de las cosas.
Mi manga está húmeda de lágrimas.


Sanriki:
Desde mi apartamento, refugio de paso,
acostado, en silencio, oigo la lluvia
repiquetear sobre el asfalto.
No estoy solo,
pero una vida de búsqueda
me pone lejos del mundo de otros.
Son borrosos los días del pasado.
Mis ojos húmedos de llanto
cuando pienso en la mujer que amo
cuya vida resplandece en el fango.


8.
Ryokan:
Pasos de piedra, un manto de musgo verde;
el viento lleva esencia de cedro y pino.
Ya no llueve y el día empieza a clarear.
Llamo a los niños mientras camino hasta el pueblo para traer sake.
Después de beber demasiado, escribo feliz estos versos.


Sanriki:
Las grandes lajas del sendero indio
se cubren de lama verde en el invierno.
El aroma de arrayanes y sietecueros
se levanta después del aguacero.
De mano del viento
recorro la vieja senda de las nubes
hollando las huellas de tantos hombres y animales.
Una niña me saluda con su manita abierta
desde el corredor de su casa.
Le respondo con una sonrisa.
Tal vez nunca volvamos a encontrarnos.
Al volver a casa, corro a escribir estos versos.


9.
Ryokan:
Luego de una noche de lluvia, el agua cubre el camino al pueblo.
Esta mañana el pasto espeso que rodea la choza está frío.
En la montaña veo las montañas azules y verdes como el jade.
Afuera, el río fluye como un manto de seda.
Bajo una piedra cercana a la casa me baño la oreja hinchada
con agua pura de la primavera.
En los árboles, las cigarras recitan un verso de otoño.
Había preparado mi vestido y mi bastón para un paseo,
pero la callada belleza me retiene.


Sanriki:
Después de la lluvia de la noche,
el mochuelo, incapaz de emprender vuelo,
abre sus alas empapadas de agua
sobre el oscuro tapiz de agujas de pino.
En la soledad del bosque,
el frío, el hambre y la niebla
anuncian su muerte segura.
La callada belleza de la muerte
me retiene un instante a su lado.
En el silencio sagrado de la mañana
doy gracias por tan inesperado sacrificio…
Mensajero de otro mundo
el mochuelo señala un camino
que apenas comprendo.



10.
Ryokan:
La fresca mañana de nieve frente al templo.
¡Los árboles! ¿Estarán blancos por los retoños de durazno
o blancos por la nieve?
Me lanzo bolas de nieve con los niños, somos felices.


Sanriki:
En la fresca mañana de los cafetales
la niebla se eleva lentamente.
¡Ah!, guamos, naranjos y cámbulos
con su blanco vestido esponjoso.
En el establo, después del ordeño,
niños y terneros corretean felices.
 

11.
Ryokan:
Primavera. El apacible sonido
del bastón de un monje sale lentamente de la aldea.
En el jardín, sauces verdes;
en el pozo las plantas brotan con serenidad.
Mi cuenco tiene la fragancia del arroz de mil hogares;
mi corazón ha renunciado a la soberbia de los ricos
y a la fama del mundo.
Calladamente, apreciando la memoria de los antiguos budas,
camino a la aldea para pedir ayuda en este nuevo día.
Sanriki:
Nada de lo que tengo y uso
me pertenece… En el lago
flores de loto, en la huerta
nísperos, guayabos y mangos.
Las nubes en el cielo
se alejan suavemente…
Al almuerzo, frijoles y arroz;
arepa con queso en la noche,
la comida que nos dan
mil manos generosas.
Pobre el que posee,
rico el que comparte siempre―.
El turpial en el patio
canta como un ángel
y nadie sabe su nombre.


12.
Ryokan:
Caminando al lado del río que corre cristalino,
llego a la casa de una granja.
El frío de la noche ha cedido el paso al calor del sol de la mañana.
Los copetones se reúnen en un bosque de bambú, las voces saltan de aquí y de allá.
Me encuentro con el viejo granjero que regresa a su casa.
Me saluda como a un amigo que hubiera perdido.
En la cabaña, su esposa calienta sake
mientras charlamos y comemos vegetales frescos.
Juntos, gloriosamente borrachos, ya no sabemos
qué significa la desdicha.


Sanriki:
La desdicha es como un corte de luz repentino.
La noche es larga mientras dura…
Pero, al fin, termina y el sol
se eleva de nuevo en el cielo.
Las aguas claras del arroyo
saltan y cantan mientras corren
sobre el lomo verde de la montaña.
Saludo…, ¿me saluda el copetón
sobre la rama del ciruelo?
En al portada de la finca
un curazao se revienta de morado.
La mano callosa y cálida
del campesino y la taza
de aguapanela caliente
que me ofrece su esposa
con una amplia sonrisa…
A veces, la vida
es tan simple y tan sana…
Aunque se vaya
la luz otra vez esta noche,
en la casa de los campesinos
hoy no habita la desdicha.


13.
Ryokan:
Ayer fui al pueblo a pedir comida de oriente a occidente.
Los hombros se me adelgazan y ya no recuerdo
cuando fue la última vez que alcé un saco de arroz pesado.
El espeso granizo me recuerda permanentemente
lo delgada que es la tela de mi vestido.
¿A dónde han ido mis viejos amigos?
Y hasta las caras nuevas son pocas.
Mientras camino hacia el pabellón de verano, ahora desierto,
no queda nada distinto del viento de otoño que sopla tardío entre pinos y nogales.


Sanriki:
Nunca he mendigado mi alimento.
Ropa y cobijas no faltan en mi armario.
Me encanta cocinar para los otros
y escuchar el canto del granizo en el tejado.
En este mundo, cada cual sigue su propio rumbo.
¿Caras viejas, caras nuevas?
Sólo hojas que brotan y caen de los árboles.
Tarde en la noche, el viento recorre
las calles vacías
entre farolas y chiminangos.


14.


Ryokan:
Incapaz de dormir en toda la noche de otoño, dejo mi casita
y oigo el ruido de los insectos otoñales bajo las piedras.
Las ramas frías están apenas cubiertas.
Desde lejos, de la profundidad del bosque, llega el ruido del agua.
Lentamente, la luna trepa los picos más altos.
De pie, me quedo en silencio por un largo rato.
Mi vestido se humedece con el rocío.


Sanriki:
Otro, cuyo rostro no conozco
¿cómo los ojos se contemplan a sí mismos?―
se empeña en malograr mi sueño.
Cuán gratas las noches serenas del campo,
el canto insistente de grillos y ranas,
la cántiga profunda del arroyo.
Redonda y plena la luna se pasea
lentamente sobre los oscuros cerros.
Sentado en zazen, vencido por el sueño
no soy el otro, no soy el mismo…
¡Cuán vanos los empeños de los seres humanos!


15.


Ryokan:
Regreso a casa después de llenar mi cuenco con arroz.
Ahora me acompaña sólo el amable resplandor
entre la tarde y la noche.
Rodeado de picos de montañas y de una capa
delgada de hojas dispersas.
En el bosque un cuervo de invierno alza vuelo.


Sanriki:
Entre montañas altivas y verdes,
sobre las ramas de mortiño, las mirlas
de plumas negras y picos rojos,
vigilan los pasos de los hombres.
Al final de la tarde, mientras el sol se esconde en el oeste
me cruzo con los campesinos que han terminado sus labores.
Lenta tiende la noche su negro manto
y hombres y mirlas se recogen en sus nidos.
Al llegar a casa, retiro mis zapatos llenos de fango.
La niebla y el rocío cubren las hojas de los árboles.


16.


Ryokan:
Mi vida puede parecer melancólica,
pero en el viaje por el mundo
me he confiado al Cielo.
En mi saco tengo tres puñados de arroz;
en la chimenea, un atado de leña.
Si me preguntan cuáles son las huellas de la iluminación
o de la ilusión,
no puedo decirlo: la riqueza y el honor son sólo polvo.
Mientras cae la lluvia en la noche, me siento en la ermita
y como respuesta estiro los pies.


Sanriki:
A pesar de las predicciones, finalmente
las lluvias de la tarde no caen.
Con el último rayo de sol, el vuelo de una paloma
de la calle hasta la cornisa de un edificio.
Risas de muchachas y aún las penas y tristezas
son oro en este mundo efímero.
¿Ilusión o iluminación?
Por las viejas calles adoquinadas perros callejeros,
pordioseros, policías y estudiantes
recorren los mismos senderos.
En la noche, el barullo distante de la ciudad
mientras me siento a meditar
en mi vieja y fría habitación.

Flores de la calle. JFJ
17.


Ryokan:
Pelo largo y despeinado hasta los oídos,
un vestido viejo que se parece a las nubes blancas y al humo negro,
medio ebrio, medio sobrio, regreso a casa:
un montón de niños me rodea y me guía por la vía.


Sanriki:
Indiferente, crece la ciudad al camino de las nubes.
Como un ciudadano, visto pantalones y chaqueta.
De monje, casi nada. La cabeza rapada es un adorno.
Multitud de niños y jóvenes juegan en la calle.
Al pasar, interrumpo su juego. Nadie se ofende.
De una patada, devuelvo el balón que cae a mis pies.
Invisible, la Vía siempre está en todas partes…
Pero, ¡qué pocos lo saben!


GOGŌ – AN


18.


Ryokan:
El viento sopla en mi pequeña ermita.
No hay cosa alguna en el cuarto.
Afuera, hay mil cedros;
sobre la pared están escritos algunos poemas.
Ahora la tetera está cubierta de polvo
y de la olla de arroz no sale vapor.
¿Quién golpea en mi puerta alumbrada por la luna?
Solamente un viejo de Villa Oriente.


Sanriki:
De paso por esta vida, cuando los años que restan
no son muchos, habitó en una vieja casa
de altos muros de tapia y desvencijado
piso de madera. Cuando la lluvia es densa
hay goteras en el techo y el viento frío se cuela
por las rendijas de las ventanas.
Como, cuando tengo hambre,
Duermo, cuando tengo sueño”.
En la pequeña cocina no falta el alimento
y limpio a menudo las ollas para que no se deposite el polvo.
Pocos me conocen, pocos tocan a mi puerta.
En la medianoche, después del aguacero,
la luna creciente alumbra alta en el cielo.


19.


Ryokan.
Con mi cuerpo viejo e inútil,
en esta solitaria ermita prestada
he visto muchas generaciones de flores.
Cuando regrese la primavera, si aún estoy vivo,
con seguridad volveré a visitarlos.
Pongan atención al ruido de mi bastón.


Sanriki:
Solo, en mi habitación, recuerdo
todas las mujeres que he amado.
¡Cuántos labios, cuántas manos, cuántos ojos
se han trenzado con los míos!
El amor que se fue, el amor que vino…
En esta habitación, el rescoldo nunca se apaga.
20.


Ryokan:
Un día solitario de invierno, unas veces claro, otras nublado.
Quiero salir pero no lo hago, estuve indeciso un tiempo.
De golpe, un viejo amigo llega y me pide que beba con él.
Contento, ahora, tomo el pincel, la tinta y mucho papel.


Sanriki:
Día de lluvia: solitario, el corazón compungido,
contempla el mundo de los hombres…
Ah, la soledad, con que rotunda franqueza se hace presente.
Gruesos nubarrones sobre los cerros del oriente.
De repente, suena el teléfono: con la voz del amigo,
la soledad y la lluvia se alejan lentamente.


21.


Ryokan:
Si hay belleza, debe haber fealdad;
Lo correcto existe porque existe lo incorrecto.
La sabiduría y la ignorancia se complementan.
La ilusión y la iluminación son inseparables.
Es una verdad vieja, no crea que se descubrió ayer.
Quiero esto, quiero aquello”.
Qué tontería.
Le cuento un secreto:
¡Todo es efímero!”


Sanriki:
Aunque todos sabemos
que sin noche no hay día,
sin sed nada beberíamos,
sin separación no habría Amor,
a pesar de que la vida entera
nos pasamos lamentándonos por lo que nos falta
o por lo que ya no queremos más,
nada podemos hacer para cambiar
pues aún el cambio sólo es un sueño
de lo que ha de ser y nunca fue
tal como debería ser.
Hoy, Amor, solícito y extraño,
¡átanos o suéltanos!… Humano
no es ser Uno ni tampoco Dos
Multitud o Nada, ¡qué sé yo!




LARGA NOCHE INVERNAL: TRES POEMAS


22.


Ryokan:
¡Larga noche invernal! Parece interminable
la larga noche invernal;
¿Cuándo llegará el día?
En la lámpara no hay llama, en la chimenea no hay carbón;
acostado escucho el ruido de la lluvia helada.


Sanriki:
Llueve… La luz naranja de las farolas de la calle
se cuela por las rendijas de la ventana.
La noche es más larga y más fría
en ausencia de mi amada.
Duelen, como agujas, las gotas heladas de lluvia
que golpean sobre techos y ventanas.

JFJ
23.


Ryokan:
Para los viejos, es fácil soñar;
Dejo vagar los pensamientos.
El cuarto está vacío y se ha acabado el sake y el aceite…
Larga noche invernal.


Sanriki:
Sueñan viejos y niños
es tan difícil dejar de soñar.
Trato de dormir, pero el canto de la lluvia
me entretiene en la soledad de mi cuarto
de altos y fríos muros de tierra.
Aunque pare la lluvia
esta noche no dejaré de soñar.


24.


Ryokan:
De joven, cuando estudiaba, tenía que llenar
la lámpara con aceite una y otra vez.
Aún hoy me aburre ese trabajo…
Larga noche invernal.


Sanriki:
Cuando joven, me aburría el ruido de la televisión
porque no me dejaba concentrar en el estudio.
Aún hoy me desespera el ruido monótono
de una televisión en el cuarto contiguo.
Incapaz de dormir, me siento contra la pared
para que ruido y pensamientos se apacigüen.


25.


Ryokan:
Verdes montañas delante y detrás,
blancas nubes al oriente y al occidente.
Aunque encontrara un compañero viajero
no tengo noticias para contarle.


Sanriki:
Montañas verdes y azules,
nubes blancas, cielo prístino…
¡Ah!, en mi ciudad, también el verano resplandece.
Por todas partes, pantallas con noticias…
¡Por un instante, un petirrojo sobre la cerca de un edificio!


















Hokusai: Templo y puente
26.
Ryokan:
De noche, en lo profundo de la montaña, solitario en mi ermita,
oigo el quejumbroso sonido de la lluvia y de la nieve.
De la cima de la montaña se escapa el alarido de un mono;
el ruido del río que corre por el valle se ha desvanecido.
Una luz titila frente a la ventana;
En el escritorio, la tinta está seca dentro del tintero de piedra.
Incapaz de dormir en toda la noche,
preparo tinta y pincel y escribo este poema.
Sanriki:
El maullido de un gato solitario en medio de la noche.
Bajo los cerros, cubiertos de bruma,
la vieja ciudad sobrevive a los siglos
y a los abruptos designios de los hombres.
Cerca a la desvencijada casa en que habito
el ruido de un arroyo es apenas perceptible.
De cuando en cuando, taxis y buses bajan atropellantes
por los adoquines de la calle. Las luces
titilantes de una patrulla de la policía
en el hostal del lado…
El miedo acecha las casas de los hombres.
De nuevo, el maullido del gato.
Incapaz de dormir
escribo poemas en mi portátil.
27.
Ryokan:
Invierno en noviembre;
la nieve cae espesa y rápido.
Mil montañas, un color.
Los hombre que pasan por este camino son pocos.
El pasto espeso cierra la puerta.
Paso toda la noche en silencio; unas pocas brazas arden lentamente
mientras leo los versos de los ancianos.
Sanriki:
Lluvias copiosas en abril, ríos y arroyos

se salen de sus cauces, campos y pueblos anegados.
En la ciudad, un aire helado recorre las calles.
Asfalto y cemento se extienden más allá de las montañas.

Como hormigas por las calles

los transeúntes caminan en todas las direcciones.
En la ciudad, casi no queda
espacio para el silencio y la quietud…
De regreso a mi casa en un autobús
releo los bellos poemas de mi hermano Ryokan
y celebro su vida y su mundo
y los míos también.
28.
Ryokan:
Soledad: la primavera pasó.
Silencio: cierro la verja.
Santo cielo, qué oscuridad; el árbol de glicina ya no se ve.
La escalera está cubierta de hierba.
La bolsa de arroz cuelga de la baranda.
Silencio profundo; desde hace tiempo, aislado del mundo.
El hototogisu canta toda la noche.
Sanriki:
En mi tierra, ni primavera ni otoño,
sólo lluvias y soles que vienen y se van.
Abandonar el mundo, también es una ilusión.
Aún en brazos de la mujer que amo
reconozco el color de la soledad.
Desnudas las ramas de los urapanes.
Una leve llovizna oscurece las lozas del patio.
Nacidos para el fuego, mi mujer y yo
retozamos felices la noche entera en la cama.
Como la lluvia, ella viene y se va,
como el Sol, su cálidos brazos me cubren brevemente.


Hokusai: lirios
29.
Ryokan:
Otro año llega a su fin;
el cielo envía un amargo granizo.
Las hojas caídas cubren las montañas.
No hay viajero que eche su sombra sobre el camino.
La noche infinita: hojas secas arden en la chimenea.
Ocasionalmente, se siente el sonido de la lluvia helada.
Confuso, trato de recordar el pasado:
No hay nada, sólo sueños.
Sanriki:
Festejo solitario el Año Nuevo
en un bosque húmedo de pinos.
Bajo la Luna llena enciendo una hoguera.
Sólo el arroyo a mi lado
murmura y canta sin parar.
El pasado ya no existe, el futuro tampoco.
Cualquiera que me observe diría
que soy tonto o estoy loco…
Lo mismo digo yo, mientras grito y bailo sin parar.
Al amanecer, me levanto empapado de rocío.
29.
Ryokan:
Sueño ligero, el lastre de la vejez:
una siesta, un sueño y me despierto de nuevo.
El fuego en la chimenea titila; llueve toda la noche.
Cae un hilo de agua del árbol de plátano.
Llego el momento en que quiero compartir mis sentimientos,
pero no los hay.
Sanriki:
Muchas mañanas lucho contra un sueño pesado y denso
que no me deja levantar. Entre las sábanas aún persiste
el calor del abrazo de mi amada que partió
antes de la media noche. En mi corazón
borbotean sentimientos y pasiones…
Ay, las mujeres que he amado, las que amo,
las que apenas habitan en mis sueños…
El tic-tac de una gotera sobre las hojas del anturio
finalmente, me obliga a levantarme.
30.
Ryokan:
Lanzamos una bola atrás y adelante.
No quiero hacer alarde, pero…
Si alguien me pregunta el secreto de mi arte, le diré:
¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete!
Sanriki:
Como una bola de lana, mis pensamientos
rebotan adelante y atrás. Ningún alarde,
ningún secreto, aunque nadie pregunte,
todos lo saben: ¡Ni milagros, ni misterios!
Este arte siempre ha sido igual:
¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete!
31.
Ryokan:
Solo, vagando en las montañas,
me encuentro una ermita abandonada.
Las paredes están caídas y no hay sino un camino
para zorros y conejos.
El pozo, vecino de un viejo bosque de bambú, está seco.
Debajo de la ventana, las telarañas cubren
un olvidado libro de poemas.
El polvo se ha amontonado en el suelo,
la escalera está cubierta de maleza de otoño.
Los grillos, sorprendidos por mi visita, chillan.
Miro hacia arriba, y veo la puesta del Sol: Soledad insoportable.
Sanriki:
Fascinantes, todas las ruinas cuentan historias
de otros seres, de otras vidas que se asoman
entre el polvo y los escombros.
Un viejo edificio, sin puertas ni ventanas
es el hogar provisorio de perros y trotamundos.
Por los huecos del techo, la luz naranja
del crepúsculo se cuela y transfigura
por un instante la ruinosa estancia.
La decrépita belleza no me deja continuar la marcha.
Sorprendidos, dos perros se acercan a olerme y saludarme.
Lo saben: soy parte de su mismo mundo.

Hokusai: Ukiyoe
32.
Ryokan:
Las vicisitudes del mundo son como el movimiento de las nubes.
Cincuenta años de vida son apenas un largo sueño
Una lluvia escasa: en la ermita solitaria
en silencio, me arropo con mi túnica y me reclino
contra la ventana vacía.
Sanriki:
La ciudad agitada que crece cada día
parece indestructible. Como las nubes, las gentes y los carros
vienen y se van: mundo flotante, mundo de fantasmas
que me llena de asombro y de amor.
Al final de la tarde, un espléndido Arco Iris
sobre la ciudad y los cerros azules
me atrapa y me obliga a contemplar.
33.
Ryokan:
Un día tras otro,
los niños juegan apaciblemente con este monje viejo.
Siempre tengo dos o tres bolas blancas en la manga.
He tenido mucho que beber: ¡es la tranquilidad de la primavera!
Sanriki:
Me tomo un café y abro mi libreta para escribir.
El monje Ryokan, humilde y solitario,
en primavera, jugaba a la pelota con los niños
y tomaba mucho sake. Vida amorosa y serena.
Yo, monje rebelde, que decidí renunciar a la paz bucólica del campo,
ya no digo que la ciudad es un infierno. En medio del bullicio,
camino lento para encontrarme con mi joven amante.
34.
Ryokan:
El maestro zen Ryokan,
tonto y zoquete,
ha dejado el cuerpo y la mente.
Sanriki:
Ryokan era un maestro zen
tonto y zoquete
que fue capaz de abandonar
cuerpo y mente.
Sanriki, de linaje dudoso,
más tonto y más zoquete,
nunca será capaz de abandonar
ni cuerpo ni mente.

Hokusai
HOTOTOGISU
35.
Ryokan:
La primavera terminó; las montañas y los valles
están cubiertos de lluvia y de hiedra.
En la primavera, por la noche, se desvanecía
el canto del hototogisu.
Pero ahora, muy tarde en la noche,
de nuevo surge su canto del bosque de bambú.
Sanriki:
En verano, el pasto seco y las ramas desnudas de los guayacanes.
Con las primeras lluvias, oro en el cielo y en el pasto.
En las mañanas frescas y serenas del campo,
el canto de los turpiales, el olor de arepa y aguapanela.
36.
Ryokan:
La noche es fresca y fría.
Con el bastón en la mano, atravieso la puerta.
Hiedra y glicinias crecen juntas
a lo largo del camino sinuoso de la montaña;
los pájaros cantan en sus nidos, un mono chilla cerca.
Cuando llego a una cresta, aparece una aldea lejana.
Los viejos pinos están llenos de poemas;
me agacho para beber un trago de agua fresca.
Hay una brisa suave. La Luna brilla en el cielo.
De pie, junto a una construcción abandonada,
me siento como una grulla que apenas flota sobre las nubes.
Sanriki:
A pesar de la lluvia, la noche es fresca y serena.
Al fondo, la ciudad frenética nunca para.
Salgo a caminar con un paraguas negro en la mano
y una mochila con libros y libretas en mi hombro.
Cruzo avenidas y calles llenas de charcas oscuras como el cielo.
No se escucha el canto de las aves que a estas horas
duermen en sus nidos.
Sobre el cemento y el asfalto, brotan pinos, urapanes y pimientos
llenos de poemas y canciones. Sobre los techos de las casas
y los altos edificios, una Luna generosa derrama su luz blanca.
Bajo la cornisa de un edificio, un grupo de desplazados
organiza un hogar provisional mientras piden
la ayuda de los pocos transeúntes.
Compro pan en la tienda de una esquina;
lo reparto sin esperar las gracias.
Al llegar a casa, me siento sobre un cojín como una rana.
PIDIENDO
37.
Ryokan:
Hoy, ya terminó la jornada de pedir; en el cruce de caminos
vago sin dirección, cerca del santuario Hachiman.
Converso con unos niños.
Hace un año era un monje tonto;
este año, no hay cambios.
Sanriki:
Vuelo en un avión temprano en la mañana.
De repente, sobre una ala, un arco iris parece rodearnos.
Sin saber por qué, mi cuerpo se estremece.
El año pasado era un monje tonto enamorado.
Este año, ningún cambio.
Toda una vida cargando huellas y heridas de amor.

Hokusai: paisaje bajo la nieve
ESCRITO EN MI ERMITA EN UNA NOCHE DE NIEVE
38.
Ryokan:
Por más de 70 años me he venido volviendo tonto
de observar a los hombres.
Ya no busco penetrar sus buenas y malas acciones.
Ir y venir es signo de debilidad.
La nieve arrecia al final de la noche.
Bajo la ventana golpeada por el mal tiempo,
hay una vara de incienso.
Sanriki:
El agua de las crecientes cubre y destruye
las obras de los hombres. En un instante,
un ciclón desaparece una ciudad entera.
Por más tonta que sea, cualquier persona
da cuenta de lo pretenciosos que somos todos.
Ir y venir es el destino de las olas ¿en que nos distinguimos?
En mayo, no para de llover y hasta las calles parecen ríos.
Sobre mi escritorio, también se consume una vara de incienso.
39.
Ryokan:
Una lluvia ligera, la montaña del bosque cubierta por la niebla.
Poco a poco, la neblina se disipa en nubes y bruma.
Hay muchos cuervos en la ronda del río.
Subo a una colina que mira el valle para hacer zazen.
Sanriki:
Una neblina espesa sobre las cumbres boscosas.
Amanece, y aún gotean las agujas de los pinos.
Por el camino húmedo del bosque, la ciudad se aleja, poco a poco.
Al llegar a un pequeño lago, los patos migratorios
se asustan al verme y emprenden vuelo.
Una piedra cubierta de musgo verde me sirve de cojín.
Hago zazen mirando al piso cubierto de hojas pardas y grises.
40.
Ryokan:
Después de un día de pedir en la aldea,
me siento en paz bajo una roca en la noche fría.
Solo, con una túnica y un cuenco.
La vida de un monje zen es realmente la mejor.
Sanriki:
No soy un monje mendicante.
No tengo trasmisión ni linaje.
Mi vida no es mejor que la de nadie.
¿Para qué hablar tanto de libertad y despertar
si todos somos tontos de remate?
41.
GUERRA DE CÉSPED
Ryokan:
Otra vez estoy librando con los niños
una guerra de césped primaveral.
Ahora avanzamos, ahora retrocedemos,
cada vez mejoramos nuestra estrategia.
Al atardecer, todos regresan a casa;
la Luna brillante y plena me ayuda a soportar la Soledad.
Sanriki:
Noche tras noche entregados a los combates de amor.
Mi joven amante, con dulzura y nobleza, siempre dispuesta
a encender nuevas hogueras.
Avanzamos, retrocedemos, en un deleite sin tregua.
Al amanecer, regresa a su casa. El sonido de la lluvia
y la Luna blanca amanecen conmigo.
42.
Ryokan:
Oigo en mi ermita el golpeteo de la lluvia nocturna.
¿Cuál es el gran camino? Tengo flores en forma de bolas de primavera.
¿Y el futuro? Si un visitante me hace estas preguntas
todo lo que puedo ofrecer como respuesta es la tranquilidad del ermitaño.
Sanriki:
Llueve. El sonido de la lluvia a veces tan extraño…
¿Para dónde vamos? Nadie parece saber la respuesta.
Por las calles, cada cual sigue su propio rumbo.
¿Cuál es el mejor método? ¿Cuál la mejor ruta?
Mirar al Cielo, pisar la Tierra…
Yo tampoco tengo una respuesta segura.


43.
Ryokan:
Mil picos cubiertos con nieve helada.
En la montaña, diez mil caminos carentes de huellas humanas.
Todos los días, sólo zazen;
de vez en cuando la nieve golpea la ventana.

Sanriki:
Hasta el hielo de los más antiguos glaciares se derrite.
Hoy casi ningún camino carece de huellas humanas.
Este mundo tan arrogante y ambicioso, también se resquebraja,
también desaparece… ¿Qué hacer?
¡Ah, simplemente sentarse! Como las moscas o las ranas…
Sobre los caídos, otros se levantan.
44.
NOCHE DE VERANO
Ryokan:
Tarde en la noche se oye el tenue sonido del arroz en molienda.
Gotas de rocío caen del bambú a la pila de leña,
mientras que las plantas del jardín están húmedas también.
A lo lejos, las ranas croan. Pero parecen cercanas.
Las luciérnagas se prenden bajo, luego alto.
Completamente despierto, lejos del sueño,
aliso la almohada, dejo vagar los pensamientos.
Sanriki:
En las orillas del Atrato, pilonean el arroz
las negras con el ritmo en sus caderas,
lo arrojan al cielo, lo reciben en sus canastas,
entre risas blancas…
En las noches, lluvias interminables festejan
sobre las tejas metálicas…
Vigoroso, el río avanza con su profusa carga
de tierras ocres y rojas, de oscuros cienos.
Lejana, la ciudad, laberinto de luchas y misterios.
Noches de amor entre disparos, músicas grotescas
y gritos de borrachos. Cuando amanece
sobre el lecho blanco
aún tibias las huellas de mi amante.
45.
Ryokan:
Noviembre apenas comienza; caminamos a Matsuno-o.
Un ganso solitario pasa por encima.
Los crisantemos están plenamente florecidos.
Los niños y yo hemos venido a este bosque de pinos.
Hemos caminado un corto trecho,
pero el mundo está a cientos de kilómetros de distancia.
Sanriki:
Esta tierra, este suelo oscuro,
el tejido interminable de la muerte.
Carne, huesos, flores y hojas secas
unidos en íntimo e indisoluble abrazo.
Esta agua fragmentada y continua,
anida y pasa por todos los seres.
Me elige, me recorre, me llena,
fecunda mis sueños, acuna mi muerte…
Por el estrecho sendero de la montaña,
acacias, cámbulos, pinos retorcidos,
hilos de niebla, cerros azules…
Sobre el piso, carnosas y moradas
las flores del amarrabollos.

46.
Ryokan:
De pie, solo, bajo un pino solitario;
el tiempo pasa ligero.
Arriba, el cielo infinito…
¿A quién podré llamar para que me acompañe en el camino?
Sanriki:
Numerosas como las gotas de la lluvia,
pasan y pasan personas a mi lado.
Solo, en el parque,
me siento en una silla a contemplar el crepúsculo…
¡Misterio y vacío!
¿Con quién compartir este asombro?
47.
Ryokan:
Entre la tarde y la noche, el pueblo exhala humo,
el graznido de un ganso de invierno pasa por encima.
El viento sopla entre los pinos de la montaña.
Solo llevo un cuenco de arroz vacío.
Sanriki:
Montañas azules, valles grises de humo.
En el parque, la barrendera recoge
pequeños arrumes de basura y hojas secas.
Día tras día, el mundo sigue su marcha.
En mi mochila, un vestido negro,
el hábito del monje. En el bus,
camino al dojo, se sienta a mi lado
una hermosa muchacha.
48.
Ryokan:
En el camino vacío de la entrada,
hay montones de pétalos dispersos;
al caer, se mezclan con el canto de los pájaros.
Lentamente, el Sol brillante de la primavera aparece en la ventana.
Y una fina línea de humo se eleva del incensario.
Sanriki:
Flores de gualanday, morado tapiz sobre el asfalto.
Las tórtolas se abalanzan sobre los granos de arroz
que arroja una mujer de larga y oscura cabellera.
En las avenidas, crecen guayabos, naranjos y mangos
que las lluvias cargan de frutos.
En mayo, a pesar del invierno, la vida es una fiesta.

Seto de robles y carretera destapada (JFJ)
49.
Ryokan:
Los pájaros se pierden en las montañas lejanas,
las hojas caen sin cesar en el silencio del jardín.
Soplan las brisas solitarias del otoño.
Hay un viejo monje de túnica negra; estoy de pie, solo.
Sanriki:
Amanece. Dorados los rayos del Sol
sobre las montañas verdes.
Al final de zazen,
ciudad y practicantes se levantan.
Desde temprano, el canto de los pájaros
y el rugido de los carros. Monje por un rato.
Al salir a la calle, sólo un transeúnte más.
50.
Ryokan:
Enfermo en mi ermita, sin haber recibido un visitante en todo el día,
mi cuenco de arroz, colgado en la pared,
está sin usar desde hace tiempo.
La planta de glicinia ha desaparecido.
Los sueños vienen y se esparcen en el campo y la montaña.
Mi espíritu regresa al pueblo,
donde todos los días los niños me esperan para jugar.
Sanriki:
Desde el balcón de un quinto piso
observo el mundo flotante:
la ciudad, imperceptible, asciende por las montañas,
los vecinos pasean con sus perros,
jóvenes y niños juegan al fútbol,
en las alcobas, tras las cortinas,
sueños y luchas de amor…
Entre las ramas de los almendros,
mayos y azulejos juegan y saltan
mientras las hojas rojas caen al suelo.
A pesar de la muerte, la vida
siempre tan profusa y tan bella.
51.
Ryokan:
La chimenea está fría, cubierta con ceniza espesa.
La única luz se ha apagado de nuevo.
Soledad. La noche apenas medio termina.
Silencio. Sólo oigo la voz distante de una quebrada en la montaña.
Sanriki:
En la ciudad, luces y ruidos nunca se apagan.
En silencio, el monje avanza por la avenida
uno más, de nombre desconocido.
Los seres humanos, minúsculos, como hormigas…
¡qué barullo entre ríos sucios y nubes grises!

Diente de León (JFJ)
52.
Ryokan:
El cielo arriba, la montaña abajo;
té claro y sopa aguada es todo lo que preparo.
En todo el año no me he encontrado a un hombre sabio,
sólo ocasionalmente he visto a un leñador.
Sanriki:
Para desayunar, café y una tajada de pan.
Al amanecer, después de la lluvia de la noche,
montañas y nubes grises.
Somos tontos la mayoría de los hombres.
¿Qué sentido tienen nuestros actos?
Al montarme al bus, respondo con alegría
a los “buenos días” del chofer.
53.
Ryokan:
Regreso a casa después de un día de pedir ayuda;
los arbustos han cubierto mi puerta.
En este momento, un poco de hojas secas arden en la chimenea.
En silencio, leo los poemas de Han Shan.
Al viento del otoño lo acompaña una lluvia ligera
que hace sonar el pasto.
Estiro los pies y me acuesto.
¿Qué hay para pensar? ¿Qué hay para dudar?

Sanriki:
En medio del estrépito de la gran avenida
me siento a tomar un café
y a leer los poemas de Ryokan.
De Montaña Fría al Gran Tonto,
el mismo sueño, la misma búsqueda.
La vida del monje Ryokan fue simple y austera.
Yo no soy él. Sigo mi propio camino
e inclino mi cabeza con las manos unidas.
En la ciudad, multitud de sueños y agonías.
¿Dónde encontrar silencio y soledad?
Vivir nunca ha sido fácil, ni morir tampoco.
Para “despertar” vinimos al mundo.
Eso es todo.
54.
OCASO
Ryokan:
Después de veinte años, regreso a la aldea donde nací;
no hay huellas de amigos ni parientes:
han muerto o se han ido.
El toque de campana del templo quiebra mis sueños.
El piso está vacío, no hay sombras, hace tiempo que la luz se extinguió.
Sanriki:
La ciudad está llena y vacía al mismo tiempo.
Los amigos, como las nubes, vienen y se van;
pero los parientes son aún más lejanos que los amigos.
Bodegas y centros comerciales se convierten en templos.
La piedad de hoy es extraña y frágil.
Ya no se distinguen ni luces ni sombras.
Al lado del andén, me detengo a contemplar
como las hormigas reconstruyen su hormiguero.

Bosque de helechos (JFJ)
55.
Ryokan:
¿Quién dirá que mis poemas son poemas?
No, no lo son.
Si ya entiende que no son poemas,
¡podemos comenzar a conversar de poesía!
Sanriki:
Tampoco dirá nadie que mis poemas son poemas.
No, no lo son sin duda.
Este mundo tenue es como una gota de rocío.
La voz de Ryokan y la de Sanriki
entonan los mismos cantos que ranas y grillos.
56.
Ryokan:
Hay una lluvia intermitente sobre mi ermita.
Una solitaria luz titila mientras el sueño regresa.
Afuera golpean las gotas de lluvia.
Recuesto mi bastón negro y ruidoso contra la pared.
La chimenea está fría, no hay carbón
que espere a mis visitantes imaginarios.
Tomo un libro de poemas.
Esta noche, solitario, siento una emoción profunda.
¿Cómo podré explicarla mañana?
Sanriki:
Al llegar la noche, antes de que el cansancio me venza,
leo un libro de poemas de Ryokan.
Después de leer algunos versos, con mis ojos anegados
me duermo con el libro abrazado contra mi pecho.
¿Cómo explicar esta emoción que me despierta?
Después de la llovizna del alba,
un Sol radiante inunda la mañana.
Ryokan es mi hermano del alma.
Dos siglos después, sigo sus huellas.
57.
Ryokan:
Sobre mi ventana hay una mata de plátano muy alta,
tanto que parece mecerse por encima de las nubes.
Su sombra mantiene fresca mi choza.
Mientras leo poemas chinos, escribo versos.
Sentado en silencio, el día pasa sereno.
Sanriki:
¡Quién podría creerlo:
frente a mi ventana, en plena urbe,
la verde y densa fronda del bosque!
Sobre las montañas azules, nubes blancas
se asoman y se alejan lentamente.
Un rayo de Sol brilla intenso sobre el escritorio.
Corro la persiana, mientras leo
y escribo en el pequeño portátil.
La vida de ciudad es agitada y confusa,
pero hombres y mujeres
gozan y sufren, viven como las nubes.

Dalia del monte (JFJ)
58.
Ryokan:
¿Ilusión o iluminación? Dos lados de la misma moneda.
¿Universales y particulares? No hay diferencia.
Todo el día leo el sutra sin palabras;
en toda la noche no me viene un pensamiento zen.
Un ruiseñor canta en los matorrales cerca del río.
Los perros del pueblo le ladran a la Luna.
No tengo obstáculos en el corazón,
pero aún me hace falta la verdadera compañía.
Sanriki:
Atrapados por las palabras, los practicantes del zen
son tan oscuros e ilusos como cualquier ser mundano.
De tanto insistir en la pureza y la verdad
sus oídos son sordos
al sermón de los turpiales en el alba
y al sutra sin palabras de muros y piedras.
Allá ellos con sus poses santurronas.
Con mi corazón medio limpio, medio sucio
y el placer de la compañía que pasa
habito en este mundo claroscuro
y celebro con los perros que ladran a la Luna.
59.
Ryokan:
Mi puerta ha estado abierta por muchos días,
pero no hay huella de que alguien haya entrado tranquilo al jardín.
La estación de las lluvias ya se acabó;
un musgo verde lo cubre todo.
Lentamente, las hojas del nogal flotan para luego caer a la tierra.
Sanriki:
Toda la tarde he pasado encerrado
en mi pequeño y frío cuarto de la capital.
En la mañana, algunas lluvias ligeras,
en la tarde, un cielo azul intenso y algunas pocas nubes.
La puerta de mi casa permanece cerrada con seguro.
De vez en cuando, baja un gato negro del tejado.
Finalmente, la “Reina de la dulzura” no ha llamado.
Como las hojas secas, los deseos flotan por un instante
y luego caen sobre el suelo.

Ryokan:
En el camino vacío de la entrada,
hay montones de pétalos dispersos;
al caer, se mezclan con el canto de los pájaros.
Lentamente, el Sol brillante de la primavera aparece en la ventana.
Y una fina línea de humo se eleva del incensario.
Sanriki:
Flores de gualanday, morado tapiz sobre el asfalto.
Las tórtolas se abalanzan sobre los granos de arroz
que arroja una mujer de larga y oscura cabellera.
En las avenidas, crecen guayabos, naranjos y mangos
que las lluvias cargan de frutos.
En mayo, a pesar del invierno, la vida es una fiesta.

60.
Ryokan:
Con el bastón en la mano, camino hacia el pueblo
por la ronda del río.
Aunque la nieve permanece en las cercas,
el viento de oriente anuncia la primavera.
El canto de un ruiseñor salta de un árbol a otro;
el césped comienza a mostrar pintas de verde oscuro.
De golpe, me encuentro con un viejo amigo.
Nos sentamos a conversar sobre una colina
que da al valle del río.
Luego, en la casa, abrimos muchos libros y tomamos té.
Esta noche traduzco a poesía las escenas de la tarde.
¡Los ciruelos florecidos y la poesía son maravillosos juntos!
Sanriki:
Las calles de la ciudad resplandecen
bajo el Sol ardiente del verano.
En los andenes, amarillos
algunos guayacanes florecidos.
La joven me recibe en un pequeño cuarto
vestida sólo con sus vistosas prendas íntimas.
Hablamos un poco de la vida,
mientras nos amamos suavemente.
Me murmura al oído
que quisiera poder vivir de otro modo.
Al partir, mi corazón rebosa de gratitud.
Ah, como enseñarle a esta joven frágil
que la vida es cambio permanente…
¡Como los guayacanes en flor,
aunque la bella joven no lo sepa,
su vida es la más pura poesía!
61.
Ryokan:
Enfermo de nuevo, durante tres primaveras seguidas.
Como me habría gustado tener un poema
que hubiera dejado un visitante.
El año pasado jugué todo el día con los niños
en el templo Hachiman.
¿Me estarán esperando este año?
Sanriki:
Todos los días, enfermedad y muerte
recogen su fecunda cosecha.
El rostro del amigo con la huella del cáncer;
el otro, arrastra su pierna al caminar,
en la casa del lado, el llanto de un velorio,
en las calles, miles de crónicas negras…
En el parquecito, corretean
los niños tras una pelota…
¡Ah!, este cielo azul
y el viento de la tarde..
Pocas, pero contundentes
las razones de la vida.
62.
Ryokan:
Una choza solitaria:
en todo el día no se ve a nadie.
Sentado bajo la ventana,
sólo escucho el sonido continuo de las hojas que caen.
Sanriki:
Aunque me gusta el silencio del monte
no persigo la ilusión del ermitaño.
En la noche, cuando cierro la puerta de mi cuarto
en el edificio multifamiliar en que habito,
celebro la soledad y el silencio
de mi pequeño cuarto.
Cuando llueve, las gotas de lluvia
cantan entre las ramas de los tulipanes.
63.
Ryokan:
Tratar de traducir lo cotidiano en verso;
tener calma y firmeza para ver
la luz del Sol y oír el canto de los pájaros
y mirar serenamente la prisa humana por coger las cosas.
Sanriki:
Describir este mundo con belleza
y sin adornos, con el sabor del canto
de un grillo o de una rana…
Contemplar la luz del crepúsculo
entre los altos ventanales de un edificio
y ver el pasto verde, el azulejo, el Misterio…
Por mas que quiera atraparlos
mis palabras no son más que el polvo de este mundo.
64.
Ryokan:
Primeros días de primavera: cielo azul, Sol brillante.
Todo se torna gradualmente verde y fresco.
Llevo mi cuenco y camino despacio hacia la aldea.
Los niños se sorprenden al verme.
Hay gente alegre alrededor.
Termino mi viaje en la puerta del templo.
Pongo mi cuenco encima de una roca blanca,
cuelgo mi saco de la rama de un árbol.
Aquí jugamos con el pasto y tiramos una bola.
Unas veces atrapo la bola y los niños cantan;
luego me toca el turno.
Jugando así, aquí y allá, me olvido del tiempo.
La gente pasa, se ríe de mí y se pregunta:
¿Cual es la razón de tanta tontería?”
No respondo, más bien me inclino profundamente.
Aún si contestara no entenderían.
Miren, no hay nada más que esto.
Sanriki:
En la ciudad, la gente se levanta como el polvo,
de aquí para allá, por todos lados.
En la mañana, bajo una llovizna ligera,
viajo en un gran autobús rojo
hasta otro extremo de la gran urbe.
Los pasajeros miran al frente con sus rostros adustos
-no se ven particularmente alegres.
Uno que otro árbol de verde follaje
crece con esfuerzo entre el duro concreto.
En el horizonte, un cielo gris,
la luz pálida de la mañana.
Todos parecen ocupados en alguna tarea muy urgente…
Las mujeres y los hombres modernos
tampoco entenderían las razones de Ryokan
para jugar con los niños.
Ah, pero cuando llega la muerte,
¡cuántos lamentan no haber comprendido
que no era nada más que “esto”!
65.
Ryokan:
En el camino, de visita a una famosa ciudad
distante varios “ri1”,
me encuentro de golpe con un leñador.
Juntos caminamos bajo los pinos de un sendero estrecho.
La fragancia de los ciruelos florecidos viene
desde el otro lado del valle.
Llego aquí buscando un sitio tranquilo.
Una carpa alegre salta en el viejo estanque.
La luz del Sol llena el bosque de calma.
¿Qué hay en el cuarto?
Sólo unos libros de poesía tirados en el suelo.
Me siento en casa, me aflojo el vestido
y saco unos pocos versos de los libros.
Más tarde, en el ocaso, camino por el corredor oriental
mientras los pájaros de la primavera se alborotan
encima de mi cabeza.
Sanriki:
Después de renunciar a la vida formal de monje zen
vivo entre mi ciudad natal y la capital.
A mi edad, tengo el privilegio de volver a empezar.
En la calma del viejo barrio en que habito en la capital,
camino entre altos muros de tapia,
viejos ventanales de madera
y grandes techos de tejas de barro
oscurecidas por musgos y lamas verdes.
Entre las estrechas callejuelas adoquinadas,
me encuentro con un hombre consumido por las drogas
que implora mi ayuda para curar sus llagas.
Al cerrar la puerta de mi casa,
retiro mis zapatos, mi abrigo
y me siento a leer poemas.
La luz del crepúsculo se refleja
en miles de cristales… Vasta,
la ciudad se pierde entre las brumas lejanas.
Con las sombras de la noche,
enciendo una vela y una varita de incienso.
En la calma de mi cuarto, me siento
con las piernas cruzadas y la espalda recta.
―“Simplemente sentarse”, sin propósito, sin provecho…
66.

Ryokan:
De niño estudié los clásicos chinos,
pero pronto me aburrí de su contenido.
De joven aprendí zen, pero fracasé en su trasmisión.
Ahora vivo cerca de un templo,
mitad sacerdote shinto, mitad monje zen.

Sanriki:
De joven conocí a Issa
y entre mosquitos, ranas y gorriones
me enamoré de “el dedo que señala la Luna”.
Un poco mayor, cuando creí que lo perdía todo,
conocí el zen y por tres décadas fue mi único camino.
Ahora ni poeta ni monje zen del todo.
Respiro por mi nariz y como con mis manos.
Es todo.
67.
Ryokan:
Mi cabaña está en medio del bosque espeso;
todos los años crece más la maleza.
Aquí no llegan las noticias de los hombres,
sólo el canto ocasional de un pájaro carpintero.
Cuando sale el Sol, remiendo mi túnica;
cuando sale la Luna, leo poemas budistas.
No tengo nada que contar.
Si quieres encontrar el significado,
deja de buscar tantas cosas.
Sanriki:
Vivo en una vieja casa desvencijada
que en pocos años habrá de caerse.
Por la ventana de mi cuarto, cercanas
se asoman montañas verdes y azules
tras los techos de tejas de barro.
En el patio de la casa crece libre la maleza
y el platico del gato permanece vacío.
El frío y la lluvia son frecuentes en la capital;
muchos días paso vestido con saco de lana
mientras leo y escribo sobre mi mesa de trabajo.
Pocas veces me llaman al teléfono.
Pero en esta soledad preferida, no faltan
las palabras amables, los saludos amorosos.
Decir que ya no busco nada sería falso y tonto.
El rostro de la amada es mudable
y el goce, tan simple y tan diverso.
68.
Ryokan:
Una noche fría, sentado solo en mi cuarto vacío,
lleno con el humo del incienso.
Afuera, un bosque de bambú de cien árboles.
Sobre la cama, libros de poesía.
La Luna brilla en lo alto de la ventana.
El vecindario está silencioso
y sólo se oyen chillar los insectos.
Mirando la escena, siento una inmensa emoción.
Pero no digo ni una palabra.
Sanriki:
Después de tantos años de emoción,
ya muy pocos libros me acompañan.
A mi edad, las ideas y las historias pierden importancia,
pero los cantos vuelven más intensos y coloridos.
En las largas noches de lluvia,
nada más grato que la compañía de un viejo poeta,
muerto, quizás, hace siglos en un país lejano y desconocido.
Hermano del alma, su cálida voz ilumina mi estancia.
A veces, el libro que leo cae a un lado
y mis oídos se llenan con los cantos
de los grillos y del arroyo lejano.
¡Ah, el olor de la noche
me deja mudo y sin aliento!

69.

Ryokan:
He regresado a Itoigawa, la aldea donde vivía.
Enfermo, descanso en una posada
y escucho la lluvia.
Una túnica y un cuenco es todo lo que tengo.
Cuando estoy un poco más fuerte, me levanto,
enciendo incienso y me siento en zazen.
Toda la noche cae la lluvia triste,
y sueño en mi peregrinación de los últimos diez años.
Sanriki:
En los último meses
mi vida se pasa entre la capital
y mi ciudad natal, sin saber
en cual me he de quedar.
Veinte años viajando entre uno y otro rumbo
detrás de una enseñanza
que no había que buscar en ningún lugar.
Al fin lo comprendí y, ahora,
no se de dónde soy, si de ésta
o de esa otra gran ciudad.
Aquí y allá, me siento en zazen con libertad.
Aquí y allá, las nubes pasan,
cae la lluvia, sale el Sol,
aparecen alegrías y tristezas,
desgracias y esperanzas…
Aunque no estoy enfermo aún,
pronto, quizás, he de morir.
No he hecho todo lo que debería hacer,
pero he abrazado y besado
tantas veces este mundo
que mi corazón jamás
dejará de latir.
No, mi corazón no,
el Corazón que me dio vida
y que también me hará morir,
el mismo que palpita
en urapanes, aves, ríos y montañas,
en el viento de esta tarde
que recorre las calles tumultuosas
de esta gran ciudad.
MONÓLOGO
Sanriki:
El joven cuerpo ardoroso
por un tiempo te seduce.
Pero sus aguas dulces
pronto te fatigan.
Amor y deseo son fugaces,
pero de los dos, sólo el amor
tiene fuerzas para continuar.
Demasiado ocupada en sus asuntos materiales
la joven bella cierra su corazón,
su ardor se vuelve duro
y su pasión la ata y empobrece.
Nada de lo que hagas debería limitarte,
mira al cielo, aprende del agua:
lo que sigue, lo que cambia,
lo que vive, lo que muere…
1Ri: medida antigua del Japón equivalente a 4 kilómetros.

70.
TAMAGAWA
Ryokan:
Ahora, en mitad del otoño, el viento
y la lluvia son más melancólicos.
Mi espíritu vagabundo es inseparable de este camino difícil.
En la noche larga, los sueños flotan sobre la almohada.
Me despierto de golpe y confundo el sonido
del río con la voz de la lluvia.
Sanriki:
Cuarenta años después puedo comprender
que el camino que elegí
no fue ni largo ni tortuoso,
sino el único que podía seguir
para llegar a mí mismo.
Ya no persigo sombras ni palabras ajenas.
Los que aman este mundo
y pastorean, son mis hermanos,
mis compañeros en este viaje maravilloso.
En mis sueños, los ríos fueron nacimientos.
Cuando despierto, mi corazón se alegra
con el canto de la lluvia.
71.
Ryokan:
Cargado de leña al hombro,
camino por el sendero quebradizo de la montaña verde.
Me detengo a descansar bajo un pino alto;
sentado en silencio,
oigo la canción primaveral de los pájaros.
Sanriki:
Amo los senderos del bosque
y los fogones de leña.
En la selva, he escuchado el canto de los aulladores,
en la sierra, el de los turpiales.
Después de un largo camino,
el corazón palpita de alegría
al llegar a la cima de la montaña.
Abajo, las casitas de los hombres;
arriba, la infinita senda de las nubes blancas.
72.
Ryokan:
Al comienzo del verano, viajo en una barca de madera.
Una adorable niña empuña una flor
de crisantemo en sus manos blancas.
El día es cada vez más brillante.
En la playa, los jóvenes juegan.
Por entre los sauces corre un caballo.
Mirando con timidez, y sin hablarle a nadie,
la niña esconde su corazón partido.
Sanriki:
¡Qué pena por el amor que pena!
¿Cuántos ojos esconden su llanto?
En julio los días son brillantes y las muchachas
caminan ruidosamente por las calles.
Una niña vestida de blanco
camina cogida de la mano de su madre.
Veo su rostro dulce por un instante.
En pocos años también
tendrá un corazón anhelante
atrapado por las alegrías y las penas
que el amor nos trae.
Aunque viviera en ese tiempo,
nada podría hacer para evitarlo.

Ryokan sentado en zazen (meditación)
73.
Ryokan:
Desde que vine a esta ermita,
¿cuántos años han pasado?
Si estoy cansado, estiro las piernas;
si me siento bien, doy un paseo por la montaña.
El ridículo de la alabanza del mundo no significa nada.
Sigo mi destino y doy gracias
por el cuerpo que recibí de mis padres.
Sanriki:
En la mañana, con un Sol radiante,
di un corto paseo por la ciudad.
Bajo el cielo de verano,
aún edificios, casas y calles
compiten en belleza con flores y árboles.
El resto del día estuve quieto
en mi pequeña casa de La Candelaria.
Los amigos que anunciaron su visita
nunca llegaron. Ahora, sólo la noche
penetra lentamente por las ventanas.
¡Qué inútil seguir las huellas ajenas!
En la paz de mi cuarto, sobre mi cuerpo
reposan los sueños de mis padres.
74.
Ryokan:
Cerca de un templo de Kannon,
tengo una ermita provisional;
Solo, amigo íntimo de mil poemas verdes
escritos en el follaje.
De vez en cuando me pongo mi túnica de monje
y bajo a pedir comida para este cuerpo viejo.

Sanriki:
En las ciudades hay templos por todas partes.
Aunque soy extraño a la piedad de las iglesias,
de cuando en cuando, ingreso a una capilla
en busca del silencio escaso en las calles.
Anoche, en el cumpleaños de una amiga,
me sentí como un bicho raro
oyendo recitar con devoción mantras y kirtans
a un grupo de hombres y mujeres.
No me sucede lo mismo
cuando me siento en la noche
al lado de un lago y escucho como mío
el sublime concierto de ranas y grillos.
75.
Ryokan:
En la Tierra encontramos mil poemas
escritos por los árboles, los pájaros,
las piedras, la Luna, las montañas
y el cálido amor de mil maestros.
Sanriki:
En el cálido abrazo de las mujeres que he amado,
en el gesto apacible del taxista que me trae a mi casa,
en la manita sucia del niño que pide limosna en la calle,
en las nubes blancas y en la polvareda que levantan los carros,
en el tumulto y en la prisa de las grandes ciudades…
brotan sin cesar los más bellos y sabios poemas.

Gogoan, la ermita de Ryokan
76.

Ryokan:
En la noche, en la montaña profunda, me siento en zazen.
Las cosas de los hombres nunca llegan aquí.
En medio del silencio, me siento del otro lado de la ventana.
El incienso ha sido consumido por la noche infinita.
Mi vestido se ha vuelto un paño de rocío blanco.
Incapaz de dormir, camino hacia el jardín;
de golpe, encima del pico más alto, aparece la Luna.

Sanriki:
Sentado en zazen, la noche de la ciudad
se vuelve más profunda; prisas y obsesiones
lentamente se apagan. No siempre es así.
Un carro se detiene frente a mi ventana,
la voz de un hombre indaga por una casa vecina.
En el patio, ladra un perro a la Luna.
Después de una hora, me levantó del zafú;
el frío y el aroma de la calle después de la lluvia
me inundan como un bálsamo oportuno.
77.
Ryokan:
Mi choza, en una aldea lejana,
es poco más que cuatro paredes desnudas.
Fui un monje mendicante, que erraba por largo tiempo
de aquí para allá, sin parar en ninguna parte.
Recuerdo el primer día de mi peregrinación hace años:
¡Cuánto ánimo tenía entonces!
Sanriki:

Hace muchos años, cuando buscaba mi camino,
dormía en un choza indígena en la Sierra Nevada
de techo de paja, paredes de bahareque
y piso de tierra. Era entonces un joven
desesperado y perdido. Hasta ese lugar,
alguien llegó para hablarme del Zen.
Desde entonces nunca he puesto en duda mi camino.
Que se llame o no Zen es lo menos importante.
78.
Ryokan:
Las noches de otoño se hacen largas
y el frío penetra el colchón.
Voy a cumplir sesenta años,
pero no hay nadie que considere a este cuerpo débil y viejo.
La lluvia ha cesado y sólo se siente caer del techo un chorro leve.
Toda la noche he oído el ruido incesante de los insectos:
bien despierto, incapaz de dormir,
doblado sobre mi almohada, miro los rayos
puros y brillantes del amanecer.
Sanriki:
En pocos días cumplo 56 años.
Ni viejo ni débil, mi cuerpo responde aún
al reto exigente del ascenso a la montaña
o al del ardoroso cuerpo mi amada.
En la capital, el frío penetra la piel;
los días grises de invierno
pasan lentos y melancólicos.
Esta mañana, muy temprano,
los rayos del Sol penetraban
por las rendijas de la ventana.
¡Qué fiesta de flores por la ciudad!

Poema de Ryokan sobre un monje loco
79.
ESCAMPANDO
Ryokan:
Hoy, mientras pedía limosnas, cayó un chapuzón.
En una capilla, esperé que pasara.
Estuve contento: tenía un jarro para el agua
y un cuenco para el arroz.
Mi vida es como la de una vieja cabaña:
pobre, simple, silenciosa.

Sanriki:
Una noche, perdido en el bosque,
debí dormir al lado de un río torrentoso.
Al comienzo, me sentía angustiado,
como un niño perdido, no sabía qué iba a suceder.
Al cabo de un rato, me calmé:
la Luna brillaba alta en el cielo
y la montaña solitaria irradiaba una profunda paz.
¡Qué inmensamente rico era: en mi mochila
tenía tres ciruelas maduras,
una caja de fósforos y un frasco de miel!
Podía quedarme en el bosque,
pero preferí salir…
Amo el mundo de los hombres
complejo, ruidoso y en continua agitación.
80.
Ryokan:
En las diez direcciones de la Tierra de Buda
sólo hay un vehículo.
Cuando miramos con claridad,
a penas hay una enseñanza.
¿Qué hay para perder? ¿Qué hay para ganar?
Si ganamos algo, estaba allí desde el principio.
Si perdemos algo, está oculto en alguna parte.
Miren la bola bajo mi manga.
Con seguridad vale mucho.
Sanriki:
¿De que sirve vestirse de un modo especial?
¿Para qué utilizar nombres y palabras extrañas?
En esta Tierra Pura todas las gotas
son partes de un mismo Océano
y cada vida nos es más que una ola
que se eleva y que vuelve a caer en él.
La niña que llora por el helado que perdió
no alcanza a ver la alegría con la que un perro
se lo come en un santiamén.
En la pileta del parquecito
las palomas toman su baño matinal
y, por un instante, esponjan sus plumas
bajo los rayos del Sol.
81.
Ryokan:
Realmente amo la vida de soledad.
Con mi bastón, camino hacia la cabaña de un amigo.
Los árboles del jardín están empapados
por la lluvia de la noche.
Reflejan el fresco y claro cielo otoñal.
El dueño del perro viene a saludarme;
los crisantemos florecen a lo largo de la cerca.
Esta gente tiene el alma de los antepasados.
Un muro de tierra marca su separación del mundo.
En la casa hay libros de poesía apilados por el suelo.
Abandonando lo mundano,
suelo venir a este sitio tranquilo,
donde habita el espíritu del zen.
Sanriki:
En mi país no existe aún el espíritu Zen.
Las huellas de los antepasados son confusas y dispersas.
¿Cuántos siglos más serán necesarios
para que los habitantes de estas tierras
disfruten como lo natural del silencio y la soledad?
Todo el mundo quiere hacer algo especial,
incluso los que recién han descubierto la Vía.
¡Ah, si tan sólo comprendieran el valor
de esta luz naranja y fucsia del crepúsculo
que se derrama generosa sobre la ciudad!
Mientras cae la noche, camino y pienso
en lo grata que es una buena compañía.
Pero por las calles no encuentro ningún rostro conocido.

82.
Ryokan:
Estoy alojado en un viejo templo:
la noche ha terminado, el cuarto está vacío.
El frío crudo me ha impedido soñar.
Me siento en silencio y espero
que suene la campana del templo.
Sanriki:
¿Qué dirías de un lugar
en el que los perros espantan a los niños?
Del único templo en el que he vivido
preferí huir en medio de la noche.
Libertad y despertar son meras palabras.
Las más profundas enseñanzas
son trampas para el espíritu.
Fiel al instinto, al viejo perro
le importan un bledo las normas del templo.
83.
Ryokan:
Cuando era niño,
siempre jugaba aquí y allá.
Me ponía mi vestido favorito
y conducía un caballo de nueces con una nariz blanca.
Hoy paso la mañana en el pueblo
y la noche bebiendo entre los duraznos florecidos
en la vega del río.
Al regresar a casa, me pierdo. ¿Dónde estoy?
Riendo, noto que me hallo cerca de un burdel.

Sanriki:
Inocente, limpio, después de jugar
con los niños y beber hasta embriagarse,
Ryokan bailaba con las cortesanas…
¡También un burdel es la Tierra Pura de Buda!
Qué el caballito de nueces de Ryokan
y la espada de madera de Ikkyu
iluminen mi camino.
84.
Ryokan:
En el cruce de caminos, jugando a Hotei1,
voy y vengo con mi cuenco.
¿Cuántos años han pasado?
Pretendo de nuevo ignorar a dónde voy;
sopla un viento fresco y el brillo de la Luna
cubre el cielo de otoño.
Sanriki:
El gran Hotei con su enorme bulto
de baratijas y cosas inútiles
da palmas y ríe en el cruce de caminos.
Ryokan llega con su cuenco y sus hábitos raídos.
Juntos, entre la multitud, bailamos felices
bajo la espléndida Luna de julio.
1Hotei o Bu-Dai (布袋羅漢 (pinyi: bù dài luó hàn) literalmente: ‘fardo de tela’). En China se le conoce como Bu-Dai (Wade-Giles: Pu-Tai) o Mi Le Fo (彌勒佛 ‘Amoroso’ o ‘Amistoso’). Hotei es conocido en el mundo de habla hispana como el “Buda sonriente” o el “Buda gordo” o, simplemente, como “un buda” y, muy posiblemente, la homofonía entre Buda y Bu-Tai son los responsables de la confusión.

85.
Ryokan:
Sentado en una agreste roca,
Miro cómo las nubes se reúnen desde todas las direcciones.
Una pagoda resplandece bajo el sol.
Más abajo esta la fuente Ryuo,
donde se puede lavar el cuerpo y el espíritu.
Encima, hay pinos milenarios.
Un brisa suave se lleva el día.
Quisiera caminar con otro que haya dejado el mundo,
pero nadie llega.
Sanriki:
Afuera, en la calle, se escucha el paso rápido
de los carros sobre los adoquines.
En la ciudad, gentes y carros viajan hacia todos lados.
Con el desorden de un compañero,
afanado por las cosas del mundo,
pienso en mushotoku, sin meta, sin provecho
Negocios y asuntos humanos
suelen ser tan patéticos…
Yo también añoro la compañía de los que viven
realmente como nubes y ríos.
86.
Ryokan:
Después de caminar un tiempo llego al cobertizo;
el Sol se pone detrás de las montañas de occidente.
Hojas de sauce cubren el pequeño jardín;
el estanque está frío y los lotos han desparecido.
Mis peros y nogales llenos de frutos sombrean el camino.
A lo largo de la cerca de bambú,
los grillos chirrean incesantes.
El verano cambia su cara lentamente.
Sanriki:
En una tienda de barrio me detengo
al mediodía a tomarme un jugo de lulo.
En la televisión, sólo gritos y comentarios de fútbol.
En el cielo, la algarabía de una manada de loros.
Árboles y césped decoran las calles.
En verano, días de sol, cielos azules
y algunas lloviznas ocasionales.
A pesar del permanente ruido en todas partes
trato de escribir estos versos.
Instante tras instante, sueños de amor,
deseos banales:
la vida cambia permanentemente.
87.
Ryokan:
Aún si viven cien años
la vida es como una brizna de hierba
que las olas llevan flotando
hacia el oriente y hacia el occidente
sin dejar tiempo para el reposo.
Shakyamuni renunció a la nobleza y dedicó su vida
a impedir que otros cayeran en la ruina.
Ochenta años sobre la Tierra,
durante cincuenta enseñando el Dharma,
entregando los Sutras como herencia eterna.
Hoy, todavía queda por cruzar
el puente que lleva a la otra orilla.
Sanriki:
Todos saben que esta vida es breve
y que en cada instante puede perderse.
Pero, por más que lo sepan, pocos se atreven
a atravesar el puente que lleva a la “otra orilla”,
pocos se interesan en el Despertar o en la Paz Interior.
Pero la renuncia de Shakyamuni no ha sido en vano:
dos mil quinientos años después
sus palabras las repiten nubes y ríos,
su ejemplo lo imitan ranas y grillos.
Obra humana (JFJ)
88.
Ryokan:
Si se habla de cosas ilusorias, todo se vuelve ilusorio;
si se habla con la verdad, todo se vuelve verdad.
Fuera de la verdad no hay nada ilusorio.
Fuera de lo ilusorio no hay verdades.
¿Los que siguen el camino de Buda
por que buscan la verdad en sitios lejanos?
Miren lo ilusorio y la verdad en el fondo de su corazón.
Sanriki:
Abandonar las palabras
conduce al abismo de la confusión;
pero aferrarse a las palabras
no conduce a la verdad
ni aleja la ilusión.
En silencio, la noche sigue al día,
en silencio, brillan las estrellas,
en silencio juegan
las nubes al azar y a la belleza…
¡Que este mundo es lo que es,
no hay otra verdad ni otra ilusión!
89.
Ryokan:
Un sueño nocturno: ¿todo fue una ilusión?
No puedo explicar ni siquiera una parte de lo que vi.
Sin embargo, en el sueño era como si la verdad
estuviera frente a mis ojos.
Esta mañana despierto, ¿no será el mismo sueño?
Sanriki:
¿Sueño o realidad?
¿Quién sueña a quién:
la mariposa sueña a Chuang Tzu,
o Chuang Tzu sueña a Ryokan,
o Ryokan me sueña a mi
que sueño en una mariposa
que aletea en el espacio
vacío de la tarde?
Bajo este cielo ilimitado,
una mente despierta,
¿en qué puede apoyarse?
90.
Ryokan:
Caminando por el estrecho sendero del pie de la montaña.
Llego a un viejo cementerio con muchas lápidas,
nogales y pinos milenarios.
La tarde termina con un viento que aulla.
Sobre las lápidas los nombres se han borrado
y ni sus parientes los recuerdan ya.
Conmovido hasta las lágrimas, incapaz de hablar,
tomo mi bastón y regreso a casa.
Sanriki:
Mundo flotante… La vida
es el sendero de los muertos.
Huesos y cenizas se depositan sobre el suelo
para que las almas de los vivos
sirvan de soporte a los corazones fallecidos.
Ah, cómo viajan los deseos tras las huellas de las nubes,
cómo siguen el curso sinuoso de los ríos…
La bella muchacha que me espera
trae en su piel tersa y juvenil
el sabor de miles de voces del pasado.
Con la fresca briza de la mañana
nuestros brazos se entrelazan
y en nuestras carnes que se unen palpitan
no uno ni dos…, sólo el Cielo sabe cuántos.

Malecón (JFJ)
91.
Ryokan:
Los duraznos maduros cubren a lado y lado
la vega del río, como si fueran musgo.
En la primavera, el azul profundo del río
parece venir del cielo.
Vago de aquí para allá mirando los retoños
mientras sigo el curso del río.
¿Qué es esto? ¡La casa de un amigo!
Sanriki:
Bajar de la montaña por un oscuro bosque
de robles, encinos, yarumos y arrayanes,
con la niebla y el rocío acariciando
mi rostro y mis manos…
Al lado del camino, un arroyo
del que brotan rocas y troncos cubiertos de musgo.
Una libélula de alas rojas y transparentes
se posa por un instante sobre una rama seca
en la orilla del agua.
Incesantes, gorjeos y trinos de aves,
el chirrido de los insectos.
Pronto habré de llegar a la casa de los amigos
que me esperan para cenar
y sentarnos juntos en zazen.
92.
POEMA PARA UN AMIGO DISTANTE

Ryokan:
Llega la primavera: tarde en la noche salgo a caminar.
Restos de nieve permanecen en los pinos y los cedros.
La Luna brilla sobre la montaña.
Pienso en ti, a muchos ríos y montañas de distancia;
infinitos pensamientos, pero el bosque sigue inmóvil.
Sanriki:
Dos siglos y miles de kilómetros, mares y montañas
nos separan y, sin embargo, tu corazón humilde,
rebosante de paz y alegría, siempre tan cercano.
En la mañana soleada de la urbe,
con un taza de café en la mano
y el continuo trajín de muchachas y muchachos,
percibo tu presencia, desgarbada, alta,
el bastón, el cuenco y la pelota de tela
bajo tu manga… La magia de tu enseñanza
tan simple y tan directa: nada buscas, nada guardas,
nunca trazas fronteras, ni rechazas lo que el mundo
te ofrece generosamente. Dos siglos después,
Ryokan, también eres mi amigo y mi camino
se ilumina con tus cantos.
93.
Ryokan:
¡Largos días de verano en el templo de Entsû-ji!
Todo es fresco y puro, y las emociones
del mundo no llegan aquí.
Me siento en la sombra a leer poemas.
Es tan lindo todo alrededor:
soporto el calor, mientras escucho
el sonido del molino de agua.
Sanriki:
A pesar de que la amada
de tantos años prefirió partir,
mi corazón, sereno y nostálgico,
goza del canto de las aves
y de la leve agitación de la ciudad
en esta mañana festiva.
¿Cómo reprocharle el intenso amor
que generosa me entregó por tantos años?
Movida por la insatisfacción y un dolor ancestral,
como todos, busca la paz y la felicidad.
Quizás con otro, en otro tiempo y lugar
pueda ver al fin su Rostro Original…
Hermano... (JFJ)
94.
Ryokan:
Una nieve blanca como la plata envuelve la montaña.
Lejos de la aldea, una espesa maleza cubre la puerta de la casa.
A medianoche, un trozo de leña arde en el hogar.
Soy un viejo de barba blanca y torcida.
Mis pensamientos vuelven siempre a la juventud.
Sanriki:
El fuego de la juventud arde aún en mis huesos.
En la noche, apago las luces y abro
la ventana de mi cuarto. Una leve llovizna
cae sobre la ciudad. Sin lograr dormir
pienso en la mujer que amo. También el amor
empieza a morir desde el día en que nace.
Aún escucho los golpes del martillo,
el vaivén del deseo, el crepitar de los cuerpos unidos…
Excesivos, incompletos, anhelosos,
al fin, cada cual debe seguir su propio camino.
EL CUENCO VACÍO: DOS POEMAS
95.
Ryokan:
En el cielo azul del invierno graznan los gansos.
Las montañas ya no tienen vegetación. En el paisaje
no hay nada, excepto las hojas caídas.
En el ocaso, regreso por el camino solitario del pueblo,
solo, con el cuenco vacío.
Sanriki:
Esta mañana pensé en madrugar
para ir a caminar por las montañas.
Pero, tras una larga noche de desvelo,
preferí quedarme en casa
leyendo y escribiendo poemas.
Al frente de la ventana de mi cuarto, raudo,
un colibrí de alas verdes introduce, una y otra vez,
su largo pico rojo en las copas de flores
naranjadas de los tulipanes africanos.
¡Cuántas veces he recorrido
el azaroso y bello camino del amor
y cuántas veces he regresado
con el corazón vacío!
96.
Ryokan:
Tonto y terco: ¿qué día puedo descansar?
Pobre y solo en esta vida.
En el ocaso, regreso por el solitario camino del pueblo,
otra vez con el cuenco vacío.
Sanriki:
Tonto y terco: por más que del amor
sólo quedan recuerdos y heridas,
incapaz de contenerme, de nuevo,
acerco a su fuente inagotable
mi corazón vacío.
No hay camino, se hace... (JFJ)
A UN AMIGO
97.
Ryokan:
La luna brilla entre las montañas del oriente.
Paso por la que fuera tu casa:
te has ido, pero pienso en ti.
Ya nadie viene con música y sake.
Sanriki:
Esta noche no pude contemplar
la luna llena de agosto.
Ensimismado, me pudo la tristeza.
En vano, me ofrecía el amigo licores
y comidas… Mi corazón no olvida
el duro gesto de la amada en la partida.
NOCHE INVERNAL
98.
Ryokan:
Mi ermita queda lejos del río de la aldea,
encerrada en un bosque denso.
Hay mil picos y diez mil cadenas de montañas,
pero aún no hay señal de gente.
En la larga noche invernal, un leño arde lentamente.
No se oye sino el golpear de la nieve contra la ventana.
Sanriki:
He decidido habitar en medio de las ciudades
frenéticas y tumultuosas de este tiempo.
En Medellín hay un río de aguas turbias
y orillas de cemento;
dos cadenas de montañas abrazan
un valle repleto de calles y edificaciones.
Día y noche, verano e invierno,
la agitación de la ciudad nunca se detiene.
Para los que siguen la Vía
esto no debería llamarse ni Infierno ni Paraíso.
99.
Ryokan:
¿Quién puede simpatizar con mi vida?
Mi choza está cerca de la cresta de la montaña,
el camino que viene hacia acá está cubierto de maleza.
Sobre la cerca hay una sola calabaza.
Al otro lado del río se oye el aserrío.
Enfermo, recostado en la almohada, miro el amanecer.
A lo lejos, un pájaro canta:
es mi único consuelo.
Sanriki:
Muchos, en las ciudades, simpatizan
con la vida amable y simple de la montaña.
La prisa, el ruido, los excesos…
¿Quién no añora la maleza de los campos,
el canto de arroyos y ríos, el movimiento
apacible del ganado en los potreros?
Mientras evocó a la amada que se fue,
pían las aves en las ramas de los urapanes,
sopla discreto en la ciudad el viento de la tarde.
Calle de ciudad (JFJ)
100.

Ryokan:
Hace mucho tiempo que olvidé desde cuando dejé
el mundo y me confié a los cielos.
Ayer, sentado en paz en las montañas verdes;
esta mañana, jugando con los niños del pueblo.
Mi vestido tiene muchos remiendos
y no recuerdo hace cuánto tengo el mismo cuenco.
Cuando la noche es clara, camino con mi bastón
y recito poemas;
en el día, tiro mi manta de paja y hago la siesta.
¿Quién dijo que no hay muchos que puedan llevar esta vida?
Sólo hay que seguir mi ejemplo.
Sanriki:
Vivo en el mundo, pero confío en el Cielo,
en el Sol y la lluvia, en el día y la noche,
en las aguas que corren
y en el Amor que es la invención
mayor de los hombres.
Amo la ciudad y los seres diversos que la pueblan,
amo los campos y las sombras de los árboles,
amo a Ryokan y su ejemplo insuperable,
su camino apacible entre niños y montañas verdes.
Amo mi vida, por completo diferente.
101.
Ryokan:
Al terminar un día de pedir ayuda,
regreso a través de las montañas verdes.
El Sol, oculto entre las montañas, se pone al occidente.
La Luna brilla tenuemente.
Me paro a bañarme los pies en una roca.
Enciendo un incienso y me siento apaciblemente en zazen.
Otra vez la comunidad de un solo monje;
Ah… tan rápido que barre la corriente del tiempo.
Sanriki:
A la hora del desayuno espero
para una entrevista en la sala
de un canal de televisión…
Tres mujeres toman su alimento mientras conversan
entre risas y frivolidades.
Imágenes y palabras deslumbran a todos.
En la noche cayó una leve llovizna.
Al amanecer me senté en zazen en la casa de una amiga.
Una comunidad provisional sin formas ni jerarquías.
Durante el día, cada cual se sumerge en sus asuntos.
La vida humana no es más larga
ni más sólida que un sueño.
EL LADRÓN
102.
Sanriki:
Un ladrón robó mi zafú y mi futón.
¿Cómo entró en mi ermita?
La puerta nunca está cerrada.
La noche se está terminando.
Me siento solo junto a la ventana.
Una lluvia amable cae sobre la arboleda de bambú.
Sanriki:
Alguien robó mi billetera y mi celular.
No opuse ninguna resistencia. Incluso,
sentí que el hombre que metía sus manos en mis bolsillos
me estaba ayudando de algún modo.
No sabía dónde estaba ni era capaz de moverme.
Todo era oscuro y denso. Una leve llovizna
caía sobre la ciudad… Quizás el ladrón,
sin saberlo, me daba más de lo que podía quitarme.
Desde entonces, mi corazón se encuentra sereno,
mi mente permanece abierta…
La amada que se fue también me devolvió la Libertad.
Oscuros y extraños los designios del amor.
Se vende... (JFJ)
103.
Ryokan:
Buda es tu mente.
La vía no va a ninguna parte.
No busques sino eso.
Si diriges tu carrera al norte
cuando quieres ir al sur,
¿cómo vas a llegar?
Sanriki:
Nada qué buscar, nada que perder.
Sobre esta carne, sobre esto huesos,
útiles por breve tiempo,
brilla la Luz Pura del Despertar.
De nacimiento a muerte
¡qué breve el viaje de esta vida!
Placer y sufrimiento, solo olas
de un mismo y hondo Océano.
104.
Ryokan:
Dicen que la primavera llegó
y el cielo está cubierto de llovizna.
Sin embargo, en la montaña sólo hay nieve,
y no hay flores aún.
Sanriki:
Amanece: una lluvia intensa
sobre edificios y cerros. En el césped,
mayos y chamones picotean la tierra.
Qué vano quejarse del tiempo.
105.
Ryokan:
Me despierto por el frío:
cae una nieve ligera;
oigo un pato salvaje
que regresa a casa
con dificultades y sufrimientos.
Sanriki:
Al despertarme, la noche
aún no pasa. Sentado en zazen,
poco a poco, la clara luz del alba.
En el corredor, las gatas
gruñen y saltan. Sobre la ciudad,
azul el cielo de verano.
106.

Ryokan:
Estoy parado en una roca,
entre pinos y nogales.
Llega la primavera
vestida de llovizna.
Sanriki:
Mañana de agosto,
lluvias y nubes grises:
la ciudad despierta con pereza.
Sentado frente a mi ventana
gris y blanca la montaña.
107.
Ryokan:
Comienza la primavera:
recojo vegetales, un faisán canta.
Y regresan los viejos recuerdos.
Sanriki:
Sobre el tejado
un palomo se esponja y da vueltas
al lado de una paloma.
Siempre sueños
y recuerdos de amor.
108.
Ryokan:
La primavera fluye suavemente:
los cerezos han florecido:
comienzan a caer los pétalos
y se mezclan con la canción de un uguisu.
Sanriki:
Como el río, pasan los días suavemente:
flores y hojas secas
sobre el asfalto.
Juntos, el runrún de los carros,
el canto de las aves
y el latido de mi corazón.



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